miércoles, 24 de mayo de 2017

Preguntas existenciales


¿Qué estás haciendo ahora? ¿Qué querrías hacer?

¿Qué harías si el dinero no fuese una preocupación? ¿Si tuvieses tiempo?
¿De qué te estás refugiando cuando decís "no tengo tiempo"?

¿Dónde estás? ¿De qué te escondés? 

¿Cómo sos, cuando no estás disfrazándote de otra cosa?

¿Qué harías si no tuvieses miedo?
Además... ¿miedo de qué? ¿De fracasar, estás segura? 

¿Cuáles son tus sueños?
¿Qué te está frenando?
¿Y qué, si sale mal? ¿Si te equivocás?
¿Y qué, si sale bien, tremendamente bien?

¿Qué te guía: el miedo, o el amor? 

Ahora, en esta encrucijada:
¿qué eligiría el amor? 


Y no, no tengo las respuestas... Sólo voy dejando sembrada las preguntas. 



viernes, 19 de mayo de 2017

Hasta la médula

Mirar
Sentir
Confiar
Escribir
Creer
Amar
Oír
Orar
Reír
Llorar
Jugar
Querer
Danzar
Desear
Hacer
Crear


Arder


Hasta la médula

martes, 16 de mayo de 2017

Obsesiones



“De vez en cuando hago una lista de mis obsesiones. Cada vez aparecen nuevas; algunas cambian, otras, gracias a Dios, pertenecen al pasado. Todos los escritores, antes o después, hablan de sus propias obsesiones. Cosas que les persiguen; cosas que no consiguen olvidar; historias que arrastran y que esperan sacar a la luz.”
Antes de leer ese párrafo de Natalie Goldberg en "El gozo de escribir", nunca me había detenido a pensar en eso. Pero fue encontrarme con sus palabras y darme cuenta de que sí: mis obsesiones me persiguen. Mientras leía esas líneas y las que seguían se me ocurrieron dos o tres sin esforzarme: el descubrimiento de la propia sexualidad, el miedo al qué dirán (el miedo propio, y el miedo de la persona a la que amamos y que nos ama). Desde mis diecinueve o veinte años mis ficciones están llenas de jóvenes lesbianas que no saben bien quiénes son, qué quieren ni si pueden tenerlo (si tienen derecho o no a amar a la persona que aman). A veces esos personajes/narradores se cruzan o se fusionan con otros que también me obsesionan: los que tienen mundos interiores que no saben cómo sacar afuera, los que no hacen amigos o los que tienen uno sólo en el que depositan la vida. La madre, los hermanos. Las abuelas.
“Nuestras obsesiones más tercas tienen un gran poder: a ellas volveremos repetidamente al escribir, construyendo a su alrededor nuevos cuentos. Así que es mejor rendirnos a ellas. Lo queramos o no es muy probable que, de todas formas, gobiernen nuestra vida. Por lo tanto, es mejor ponerlas a trabajar para nosotros.”
Y me dio risa, porque de verdad. Natalie tenía razón. 

Pensando un poco más, reconocí otras obsesiones que cada tanto aparecen mezcladas en mis letras. Mis personajes, en general, son bailarines o acróbatas. Cada tanto, sobre todo cuando hace mucho, mucho, que no me ejercito, escribo sobre el cuerpo, sobre cómo duele, sobre el placer de sentir ese dolor que es fruto del trabajo. Sobre los músculos, sobre cómo se amoldan y cómo se mueven, sobre cómo responden. Sobre lo que se siente al colgar a dos o tres metros del suelo, aferrada a una tela que te sostiene, confiada de que el cuerpo no te va a fallar y no te va a dejar caer. Sobre el miedo y sobre la adrenalina, sobre las ganas de estar ahí arriba a pesar del terror, y sobre cómo hay sensaciones que se extrañan con todas las células y a veces te anuda el estómago y te desespera. 

Ayer encontré una memoria de Facebook. Una amiga había tenido una definición brillante, que yo me había sentido obligada de reproducir en mi muro: “La utopía es una asíntota”. Como ya no recordaba la definición tuve que buscarla. Y cuando la encontré, tuve que anotarla en mi cuaderno: 

Asíntota (nombre femenino): En geometría, línea recta que, prolongada indefinidamente, se acerca progresivamente a una curva sin llegar nunca a encontrarla.

Me pareció una definición cargada de poesía.

Ayer estaba sola en casa; agarré mi cuaderno y me encontré con la definición. De un saque escribí un relato corto, de esos dolidos y melancólicos que me gustan a mí. Lo grabé y se lo pasé a una amiga. Me hizo una devolución de esas que te hacen las personas que te quieren, llenas de frases bonitas, y la remató diciendo: “PD: la gata sigue llamándose Olivia”.

Entonces me acordé de Natalie y de las obsesiones. No la había contado a ella. Es una gata blanca, inmaculada, de hocico rosado. Se llama Olivia y sólo admite ser blanca, y sólo admite ese nombre. Se cuela cada tanto en mis relatos sin que la llame; sólo aparece, con su fiaca felina, y no tengo más remedio que escribirla. Nunca actúa demasiado, sino que más bien mira y siempre sabe, y calla. Y no sé de dónde salió la primera vez ni por qué vuelve, pero cuando llega sé que pertenece justo a lo que estaba contando. Es una gata con estilo, nunca se cuela en un texto que no le quede bien. Una vez busqué su imagen en Google, desde entonces Olivia tiene rostro. 
Hay obsesiones que son bonitas así.


***

Este texto salió a partir de la práctica sugerida #diariodeviaje que estamos haciendo en el taller de escritura Norte de Papel. Pueden pedir más info del taller acá: eme@maitenacaiman.com 



lunes, 13 de marzo de 2017

Obvia


No importa lo que (me) diga, es obvio.

Es obvio que si gasto "de más" me va a dar culpa, que si lo quiero ya y no sale voy a enchincharme, que aunque diga que no pasa nada, sí pasa.
Es obvio que aunque diga que no va a pasar voy a terminar andando a las corridas, y que si me quedo leyendo, se me va a hacer tarde. Que "cinco minutos más" en realidad son quince y que si pongo el despertador para levantarme de la siesta, no lo voy a escuchar.
Es obvio que aunque me haga la superada, me importa y que cuando digo que "está bien, gracias", me quedo con las ganas casi todas las veces.
Es obvio que si tengo ganas de escribir no va a salirme nada pero que si entro a la ducha con ganas de darme un baño largo, se me van a ocurrir todas las ideas juntas. Es obvio que todo suena más bonito en mi cabeza, que si intento decirlo voy a enredarme, y que no me sale porque sé que va a doler.

Es obvio que tenés razón aunque a veces prefiera no escucharlo.

Es obvio que aunque sopese todos los colores va a ser verde, y que si ya dudé más de cinco minutos no me lo voy a llevar. Es obvio que si no me volvió loca de entrada, no me voy a dar el gusto, y que siempre me va a quedar la duda de qué habría pasado si en lugar que no hubiese dicho que sí.
Es obvio que si me mirás muy fuerte voy a llorar y que si lloro voy a sentirme fea durante todo el día.

Es obvio que no voy a seguir ni la mitad de los consejos que te doy  y que probablemente vaya a fallarme.
Que si me fallo, me enoje, y que me meta en esos círculos viciosos de los que, es obvio, casi nunca sé cómo salir.
Es obvio que tarde mucho (montón) en pedir ayuda.
Es obvio, a veces, que  la necesito.

Es obvio que no me alcanza, que no estoy satisfecha y que quisiera que sea diferente, aunque sea así.
Es obvio que aunque lea Clarice Lispector y hable de Bourdieu en el fondo soy la nena nerd que jugaba en un foro a que era una hechicera y cumplía misiones para sumar puntos para su casa. Que voy a preferir ver una película de Disney antes que una de policías, que prefiero poner excusas a decirte que no tengo ganas y que si me preguntás si todavía me gusta Dianna Agron voy a decir que no, aunque en la cara se me note que es mentira.

Es obvio que lo que llamo vergüenza es miedo,
que lo que llamo inseguridad es miedo y
 lo que llamo baja autoestima,
es miedo.

Es obvio que voy a cargar con tus mambos, tus culpas, tus problemas, tu mal humor, tu etc. como si fuesen culpa mía, pero que no va a ser tan fácil cargar conmigo misma.
Es obvio que lo que no entendí es porque no quise hacerme cargo (y lo sé, también es obvio).

Es obvio que el temor más grande no es fracasar sino cambiar, sino poder, y qué hacer después de que se puede.

Es obvio, todo.

Tan obvio como que quería ser Ravenclaw y nací Gryffindor, aunque todavía quiera negarlo.



viernes, 24 de febrero de 2017

"Más amor, por favor"



24.febrero.2017


Todos los días… algo.
Violencia, muerte, corrupción, avivadas, olvidos conscientes, desidia…
Nubarrones grises en montones de horizontes que multiplican (hasta el cansancio) desigualdades, frustraciones, impotencias y tristezas.

Pero…
Sale el sol y es viernes y mañana comienza un fin de semana largo.
Suenan carnavalitos en la radio y alguien manda saludos desde el otro lado del dial, a kilómetros de distancia, mientras el locutor cuenta historias y hace chistes que te sacan sonrisas en plena mañana laboral.
Tenés amigos que preguntan cómo estás, qué estás haciendo, que te mandan frases de Frida y te dicen que te detestan (y es mentira) cuando les mandás un poema de Cortázar leído por él en su español afrancesado que les encanta tanto.
La gente cumple años, se junta, sale, festeja, envía al Universo todos sus buenos deseos, eleva plegarias, canta, celebra el milagro de existir un día más en este mundo.
Y todavía hay personas que dicen “buen día”, “permiso” “por favor” y “gracias”, familias que crecen y se ensamblan y se vuelven diversas,
papás que leen cuentos, que tararean canciones en la cola del supermercado,
y un chico que cede el asiento cuando la señora con bolsas sube al colectivo demasiado lleno.

Todos los días… algo.
Pero crecen las especias en el balcón de la casa nueva, esa a la que por fin te animaste aunque todo, y en el alféizar de una ventana alguien dejó un libro con una nota: “Para quien quiera llevarlo”.
Hay abrazos, hay besos, risas, esperanzas y bailes descalza a las 2 de la madrugada,hay música, hay cine, niños que nacen, poemarios con dedicatorias escritas en tinta azul,
un álbum de fotos llenos de momentos felices,
un rompecabezas gigante, osos de peluches, noches de cartas y ananá fizz,
y en tu cabeza tintinea, aún, el destello fresco de ese proyecto que se encamina y que, lo sentís, va a salir bien.

Todavía hay personas que se detienen un minuto para comprar flores, helado, alquilar una película para compartir, decir te quiero, te amo, te extraño, sos linda, me hacés bien, podés hacerlo, gracias por cruzarte en la vida.
Personas que cuentan, que escuchan, que felicitan, que estrechan manos, que comparten, que sueñan, que escriben, que salen todos los días a hacer de su porcioncita de mundo, un lugar mejor. Te entran mensajes lindos y te cruzás con alguien querido
y un perro juega en la plaza a las 8 de la mañana sin ninguna otra preocupación en el mundo más que ser.


Y alguien, una vez, dejó en una pared de una ciudad confusa, una pintada así.


lunes, 20 de febrero de 2017

; (Manifiesto)

20.febrero.2017

"No. No vayas a esos lugares... Después no podés salir."

Ya lo sé. Igual voy a meterme porque hay ciertas autodestrucciones en las que no puedo evitar caer
como este arte de pensar todo el tiempo
tanto
en las que cosas que nos dañan
(por minúsculas 
tan chiquitas que sean).

Disfruto del agua fría en la cara
de mi cuerpo moviéndose entre la materia transparente
del punzar de los pulmones cuando ya no pueden más
de la primera bocanada de aire que debe ser como nacer.

Me gustan las melodías tristes del folk,
Isakov cantando despacito "If I'm go, I'm going"
esa intraducibilidad de ciertas frases que sólo tienen sentido en su idioma original.

Amo a la gente que puede decir "te amo" sin pedir perdón  ni permiso
la poesía los abrazos los ojos color noche los rulos al viento
a veces todo lo que hace falta es que alguien te diga "mi ciela"...

Ciertos gestos son mi forma de orgullo

tengo más miedo de mí misma que de todo lo demás, amor.

No sé querer (te)
(me)
tengo más vilezas de las que voy a admitir y me avergüenzo de todas ellas
un día recordaré que si no puedo nombrarlos quizás pueda dejar que mis sentimientos tomen forma de letras
como esas palabras de ánimo que tengo para todos los demás.

Cargo con fantasmas y culpas del pasado (propias y ajenas)
me enredo
me caigo
lo siento
te siento
y amo
en todas los tiempos y colores del verbo.


And I will go if you ask me to
I will stay if you dare
And if I go I’m goin shameless
I’ll let my hunger take me there... ♪♫

domingo, 19 de febrero de 2017

Plantas en el balcón

19.febrero.2016


Las horas calmas de la tarde.
La casa huele a comida casera, sol y abrazos.

El balcón se va llenando tímidamente de plantas.

Mi madre tiene el patio lleno de plantas que crecen enormes, y un colibrí hace nido todos los veranos en la Santa Rita que insiste en invadirlo todo.
Mi abuela también supo tener un jardín hermoso, aunque yo sólo recuerdo la moneditas que crecía en un macetón de piedra, inamovible, el tronco grueso y arrugado como un cuello de tortuga.

Yo nunca pude cuidar nada verde con lo que no desarrollara un vínculo especial, algo así como un cariño.

Una vez alguien (ya no recuerdo quién) me regaló un helecho.
Por momentos parecía que iba a perderlo pero vivió muchos años, y en una mudanza de las muchas que signaron mi infancia pasó a formar parte de las plantas de la casa, esas que no tienen ningún dueño en particular.
Después intenté coleccionar cactus en miniatura. Les ponía nombres de emperadores romanos y diosas griegas y todas las mañanas lo sacaba a mi ventana para que tomaran sol.
Un día se los regalé a mi madre y perdieron los nombres, pero se llenaron de hijos y hermanos; cuando los visito ya no puedo señalar cuáles fueron míos.

Hace unos dos años empecé este blog. A los días mamá llegó con una maceta amarilla que traía una pequeña planta extraña dentro.

Hoy

el balcón se va llenando tímidamente de todas las plantas que M. cultiva, transplanta y riega con amor, y de los kachaloes que llegaron una vez en una maceta amarilla y que siguen multiplicándose, queriendo llenarlo todo.

No sé cuidar de nada que no sea yo, y a veces eso tampoco me sale bien.
Pero estoy aprendiendo
y lo estoy intentando.